miércoles, 30 de julio de 2014

Por debajo de la mesa…


un día como cualquier otro, inmersa en la rutina, llegó una invitación para un cumpleaños de quince.
Dirán que tiene esto de extraño… Esa iba a ser la primera fiesta a la que iríamos con mi “Sí”.
Durante la semana anterior al cumpleaños, me la pasé buscando la vestimenta adecuada, los zapatos perfectos, el peluquero indicado y mi vida giró en torno a ese evento. Y por fin el reloj dejó de castigarme segundo a segundito y llegó la noche tan esperada. Por supuesto fuimos por separado, no debíamos levantar la perdiz aunque el río ya sonaba demasiado…
Llegué primero y me ubique en el lugar que llevaba mi nombre. No estábamos en la misma mesa. Yo miraba para todos lados,  estaba impecable pero un poco nerviosa.
Con él nunca se sabía, podía caer a la hora de empezada la fiesta, para evitar el tremendo momento del inicio cuando todos se saludan con todos, o tal vez ni venir, porque la mañana así lo había predispuesto.
Anhelaba mucho estar con él en aquella fiesta y de repente mi “Sí” entró por la puerta. Erguido, precisos, vestido a su manera, según sus códigos que ningún protocolo iba a cambiar, pero siempre de punta en blanco.
Parecía que mi alma regresaba al cuerpo.
Me saludo así nomás para el pueblo, pero el recorrido que hizo su mirada sobre mí, me bastó para saber que había hecho las cosas más que bien.
Llegó el baile y fue inevitable, ya poco nos importaba lo que decían los demás. Valía la de nosotros y cualquier cosa, era la palabra del resto contra la nuestra.
Bailamos una vez más y recordamos aquel día… ese en el que bailamos por primera vez.
Al volver a nuestros lugares, las mesas ya estaban unidas y quedamos uno al lado del otro y él tomó mi mano por debajo de la mesa. Era un poema… Si Luis Miguel hizo una canción con eso, nosotros podíamos hacer un CD entero. No me la soltó por casi toda la noche. Fui feliz. Es de esos recuerdos que uno evoca cuando los días se llenan de tristeza.
Recuerdo que sus palabras fueron pocas pero su mirada me dijo todo, hasta parecía enamorado.
La mañana cayó y cuan Cenicienta, para mí todo terminaba, era hora de regresar a casa con los mismos personajes con los que había llegado. Nos saludamos en la puerta como dos “conocidos” y nada más. Sin embargo una vida entera se llevó él con ese beso en la mejilla.

Era mi vida….”Sí”, era mi vida.

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